martes, 25 de noviembre de 2008



PARADOJAS (O TERAPIA DE AUTOAYUDA)

Nací en época de crisis.

Hubo que hacer recortes hasta en los paritorios.

Cuando asomé la cabeza, el médico, tijera en mano, me preguntó:

- ¿Usted qué prefiere, ser pequeña por dentro o por fuera?

- Por fuera- contesté, con la inocencia del neonato.



*A todos aquellos que se empeñan en medir, sin mesura ni templanza, lo inconmensurable.



lunes, 17 de noviembre de 2008

CABLES.

Me alucinan los cables y su capacidad para enroscarse de la forma más enrevesada y en los lugares más insospechados en cuestión de segundos.

Yo creo que tienen vida propia. Es cierto. No sé si lo habéis notado, pero se mueven solos. Los dejas ahí, tranquilamente, en el suelo de la habitación, y, cuando vuelves, el cargador del móvil se encuentra perfectamente entrelazado con la batería del ordenador que, a su vez, sin saber cómo, se ha unido al cable de la mesilla de noche del que, inexplicablemente, cuelgan dos cables más finos que desembocan en unos auriculares que tú jurarías haber dejado encima de la cama. Para mayor sorpresa, los collares que colgaban de la llave del cajón de tu cómoda (hecho que desespera a las madres, que opinan que TODO debería hallarse “escondido” en cajones y armarios) se han unido a la “fiesta” y, en tu ausencia, han decidido acoplarse a la regleta que une la maraña de hilos de cobre con el interruptor de la pared, que está a punto de reventar por la presión. Presión, sí, porque siempre hay un cable “listillo” que tira de los demás dejándolos en tensión, y provocando una trampa mortal para el ingenuo humano que llega a su habitación con la intención de posar las llaves encima de la cómoda, en el poco espacio que queda entre las cremas, colonias, cajitas sin utilidad, botes de laca y demás útiles imprescindibles para una chica. Fijas tu mirada desde lejos y, cuando encuentras el hueco perfecto, te diriges hacia él como un animal hacia su presa, con los ojos inyectados en sangre, a sabiendas que, acto seguido, te quitarás los zapatos y te dejarás caer de espaldas en la cama, mientras pronuncias un apacible ¡ay!, que te conducirá a la felicidad suprema. Pero antes de que tu mano alcance la ansiada cómoda, los cables ya han dispuesto todo para que caigas en la trampa, y, unidos en su lucha contra ti, amalgaman sus fuerzas para que se produzca el choque implacable.
Estás perdido. Cuando quieres reaccionar, tu cara ya ha chocado contra el cajón de la cómoda abierto por el peso de los collares (ahora recuerdas a tu madre y su jodida capacidad de tener SIEMPRE razón). Y entonces, no es tanto el dolor como la impotencia y la ira que producen los golpes estúpidos. ¡Malditos cables! Desearías matarlos, pero lo único que te queda es intentar desenredarlos.
Aconsejo dejar pasar un tiempo antes de iniciar esta operación, pues es extremadamente complicada y produce una desesperación tal que podría llevar al suicidio.

Esto, en el mejor de los casos. También puede ocurrir que los cables vayan directamente a por ti.

A mí una vez se me enroscó uno en la pierna.

Me la tuvieron que amputar.

domingo, 26 de octubre de 2008

SECRETOS


En la parte de atrás de mi agenda hay un apartado llamado “secretos”, escrito en varios idiomas, por si no te queda claro (a pesar de que la diferencia entre uno y otro estriba en una sola letra). A continuación, hay una serie de doce cuadros con tres líneas cada uno donde puedes escribir tus más sórdidos secretos. Lo que hace un total de treinta y seis secretos, si mis cálculos no fallan. La línea de cada uno mide unos dos centímetros, con lo cual supongo que tienes que resumir al máximo tu secreto, reduciéndolo a una sola palabra. Eso sí, tienes que escogerla bien, de manera que cuando la leas, te venga a la cabeza el oscuro secreto en cuestión. La complicada operación depende también del tamaño de tu letra; así, cuanto más pequeño escribas, más detalles podrás dar de eso que nadie debe saber, eso que no te atreves a contarle a nadie más que a tu agenda, a sabiendas de que ésta no va a contárselo a nadie.

Yo, que soy una persona muy obediente y ordenada, me propongo siempre respetar la función de las cosas y darle su debido uso. Por eso, hurgaré en mi memoria a la espera de encontrar treinta y seis asuntos de mi vida que nadie conozca, y, como soy muy entregada, trataré de que sean lo más escabrosos posible. Así, cuando me olvide la agenda en el trabajo, encima de la mesa de la cocina o en el autobús, el que la encuentre pasará un buen rato, saciando su hambre de saber con una dosis brutal de morbo, como un chute de adrenalina directo al corazón al más puro estilo Tarantino.

Me pregunto si fue esto lo que pensó el autor de mi agenda cuando creó esta sección de “secretos”. Quizá quiso ser el más innovador de los creadores de agendas del mundo, o era un apartado que echaba de menos en la suya propia, harto de escribir tareas por hacer, citas y números de teléfono.


En cualquier caso, con secretos o sin ellos, hay pocas cosas que hablen más de uno mismo que la propia agenda.

Para mí, leer la agenda de otro es como rebuscar entre su ropa interior.


* No hay nada más personal que la agenda y el cajón de las bragas.